di Don Ferdinando Colombo
La alegría brota de las cosas simples vividas con interioridad: asegúrese de vivir el tiempo de la Navidad regalándote cada día un pequeño tiempo de reflexión, enriquecido por la Palabra de Dios, y concluido con tu oración espontánea y confiada que agradece por los muchos signos de misericordia que el Señor ha sembrado en tu vida.
La alegría verdadera y duradera la vivimos cuando estamos seguo del afecto de las personas que viven con nosotros: busca alguna ocasión para juntar a tus familiares, mejor en la casa donde tienen ustedes un ícono o el pesebre, y cuenten entre ustedes con sus propias palabras los “hechos” del nacimiento de Jesús; la premura amorosa de José, la trepidación de María embarazada, la ternura del Niño en la fría noche, la alegría de los pastores. Todos sentimientos iguales a la alegría de papá y mamá, de nuestros niños y de los amigos.
La alegría profunda requiere que nuestra conciencia esté en paz: busca el tiempo para reconciliarte con el Señor; Él te aguarda con los brazos abiertos porque te quiere abrazar y no soltarte más; quiere tener tu corazón como cuna que lo acoge, quiere llenarte de sus dones que no son efímeros y dispersivos.
La alegría es incontenible y contagiosa, pide ser comunicada: únete a toda la Comunidad cristiana en celebrar el nacimiento de Jesús, así puedes encender la esperanza en el corazón de las otras personas, alcanza a las personas solas o enfermas, sé generoso en sonrisas, caricias, solidaridad.
Es este el deseo que María Rosa, Luisa, Tina y Juanito que trabajan conmigo para la difusión del amor del Corazón de Jesús te hacemos, asegurándote el recuerdo en la oración de cada mañana a las ocho cuando la red de las diez mil personas que rezan las unas por las otras se une también contigo y con el mundo entero. También tú entra en la red y reza con nosotros por el mundo entero.